Daniel Stiven Zapata Castellón es un recluso preventivo en el centro penitenciario de Topas, en Salamanca, aunque esta mañana llegó a la Audiencia Provincial de Toledo en un furgón procedente de Ocaña I. Vestido con un pantalón oscuro, una camiseta blanca y un par de zapatillas inmaculadas del mismo color, declaró esposado, de pie, tranquilo y ante un jurado popular cuyo portavoz es el ex alcalde de un pueblo cercano a la capital de Castilla-La Mancha.
Era la primera jornada de un juicio por un presunto asesinato. Rapado al cero, este colombiano cumplirá 23 años el 18 de junio y reconoció sereno que acabó a cuchilladas, probablemente en medio de un ataque de ira, con la vida de su compatriota y compañero de piso. Ya lo admitió el día de autos, la mañana del viernes 27 de mayo de 2022, cuando la Policía local lo detuvo en la vivienda de alquiler que compartían en Yeles, en el edificio Fuenteovejuna. «No tenía otra idea que matar a esta persona», soltó durante su declaración ante el jurado, «porque amenazó con matar a mi familia en Colombia por no darle una receta de droga».
«Ya sabe cómo son los colombianos. Matar a una persona allá es muy sencillo, por doscientos euros al cambio allí; y yo me lo tomé en serio», dijo en otro momento del interrogatorio incisivo del fiscal jefe, Antonio Huélamo, quien pide 25 años de prisión.
A su víctima, que murió desangrada, le cortó la arteria tiroidea y la vena yugular en medio de un delirio gore: del medio centenar de heridas que el joven infligió a su compatriota, 27 fueron inciso-punzantes; esto es, penetraron y cortaron. Además del cuello, alcanzaron la cara, el tórax por delante y por detrás, y los brazos.
Daniel, que sólo llevaba unos meses en España, tenía 19 primaveras cuando decidió segar a cuchilladas la existencia de Gustavo Adolfo Marulanda Montoya, de 49 palos. Se habían conocido quince días antes y llevaban conviviendo menos de una semana, prácticamente los días que estuvieron de fiesta y drogándose justo antes del crimen. «Después de cinco días, volvimos a casa», comenzó explicando al tribunal. «Discutimos por una receta de droga la noche antes. Le dije que no se la iba a dar y me amenazó. Como estábamos drogados, no me lo tomé en serio. A la mañana siguiente, sobre las nueve, volvimos a discutir. El me amenazó, mencionó a mi familia y me entró mucho miedo», continuó.
Vivían en un bajo, en el número 6 de la calle Pantoja, donde el vecindario oyó la discusión de la noche anterior, en la que gritos y lloros se mezclaron. A la mañana siguiente, según su testimonio, él fue al coche de Gustavo, aparcado en la calle, para coger un cable con el que cargar su teléfono, mientras que su compañero salía a su encuentro en el portal del edificio con un cuchillo en la mano. Se enfrascaron en una reyerta, describió el acusado, quien llevaba otro arma blanca que acababa de asir del vehículo. «Cuando lo tengo dominado, le pego las puñaladas con rabia», con tal fuerza que el cuchillo que Daniel estaba empleando se rompió en el rellano.
«¿Por qué no se marchó?», le preguntó el fiscal. «Porque las amenazabas ya estaban», respondió el reo, quien arrastró el cuerpo malherido de Gustavo hasta el interior del piso al darse cuenta de una circunstancia: «Le costaba respirar y me asusté más». En el domicilio continuó acuchillando a su víctima hasta que aseguró de que estaba muerta. Luego limpió la sangre del vestíbulo con un cubo con agua y una fregona mientras las vecinas miraban por la mirilla de sus puertas. Una de ellas telefoneó a los servicios de emergencias y agentes de la Policía local se personaron en el domicilio. Daniel ya se había duchado. Les respondió, sudoroso, que no había sucedido nada grave, si bien el cuerpo de Gustavo yacía ensangrentado en el suelo.
Daniel afirmó que «no quería hacerle sufrir, sino terminar lo que empezó». Y que él fue quien abrió intencionadamente la puerta de casa, ya entornada cuando llegaron los policías locales, para que vieran lo que había hecho. «No intenté fugarme; mi maleta estaba hecha del día anterior porque me iba a ir del piso. Si me hubiera querido fugar, habría cogido las llaves del coche de él y me habría ido», precisó.
«A la hora de valorar, utilicen la lógica y entrelacen las pruebas», sugirió Huélamo a los miembros del tribunal al terminar su primera intervención, apuntalada por el abogado de la defensa, Manuel Argüello. «En gran parte estamos de acuerdo», inició su alocución el letrado, porque ni él ni su cliente niegan la autoría del crimen. «Lo mató para asegurarse que (el difunto) no pudiera cumplir sus amenazas», aclaró Argüello, quien deslizó que Daniel estaba bajo la influencia de drogas aquella mañana después de una noche «de psicotrópicos».
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