El asesino José Bretón ha confesado públicamente que mató a sus dos hijos en 2011. ‘El Monstruo de las Quemadillas’ se carteó con el escritor Luisgé Martín, quien llegó a entrevistarse con él en la prisión de Herrera de la Mancha (Manzanares, Ciudad Real). Y ese intercambio de misivas está recogido en el libro ‘El odio’, que saldrá a la venta el 26 de marzo y en el que detalla el crimen, cuya finalidad era hacer daño a su mujer: “Tenían que morir sin sufrimiento y que los cuerpos no se pudieran encontrar».
Parte de la confesión adelantada en ‘El Confidencial’ ha sido analizada por la lingüista forense Sheila Queralt. «Su testimonio no es simplemente una confesión, sino que es una construcción narrativa diseñada para minimizar su responsabilidad, para generar empatía, para reformular el crimen también dentro de su propia lógica; para que sea más soportable tanto para él como también en cierto modo para los interlocutores, para las personas que lo estamos leyendo», afirma.
Para la experta, el relato de Bretón está plagado de «estrategias discursivas» que buscan desplazar la culpa, controlar también la interpretación de los hechos y, finalmente, manipular la percepción de su arrepentimiento». «En primer lugar, si nos fijamos en la construcción narrativa que hace del crimen, se puede ver que Bretón reformula los hechos mediante un relato que en cierta manera atenúa su culpabilidad. En lugar de describir un asesinato premeditado, él introduce la impaciencia como el motivo principal, transformando ese crimen en la consecuencia de una angustia insoportable. Bretón, de hecho, afirma: ‘Por la impaciencia. Necesitaba que esa situación se acabara, que desaparecieran las dudas y la incertidumbre’. Por lo tanto, presenta su acción, su crimen, como un acto desesperado y no como una decisión racional, algo que había pensado que iba a cometer».
Al utilizar este mecanismo discursivo, «lo que hace es desplazar esa responsabilidad del crimen, sugiriendo que no fue algo consciente que iba haciendo, sino el resultado de un proceso que se escapaba de su control. Esa formulación lingüística le permite atenuar quién lo ha hecho -no dice: «Decidí matarlos»-, sino que él dice que la idea del asesinato se fue abriendo paso, como si fuera un pensamiento que emergió de forma involuntaria en su mente, evitando asumir el control sobre sus propios actos».
Sheila Queralt también observa una manipulación del discurso en la reconstrucción de la realidad. En este testimonio, Bretón utiliza un lenguaje que «responde a estrategias de control de la información; selecciona la léxica y desplazamiento de la culpa. En lugar de centrarse, por ejemplo en la brutalidad del crimen, lo que hace es enfatizar su propio sufrimiento. Dice: «Yo he tenido que perdonarme porque si no no podría seguir viviendo». Con esta elección lingüística lo que hace es que su dolor sea el centro de la historia y desplaza a las víctimas de la narración».
Además, la experta señala otros elementos externos que Bretón usa para justificar el crimen. Por ejemplo, afirma: «Me imaginaba a mi hija Ruth y a mi hijo José con mi suegra y con mi cuñada, y me ponía enfermo». Para Queralt, esa supuesta toxicidad de la familia de la esposa se convierte en la justificación narrativa que diluye la responsabilidad y convierte el acto en una supuesta medida de protección hacia sus hijos.
Otra estrategia que emplea, según la lingüista forense, es la victimización y la búsqueda de la empatía. A lo largo de la entrevista en ‘El Confidencial’, Bretón construye «la imagen de un hombre desamparado, que no tiene apoyo, que no tiene afecto. Y ese discurso lo que al final hace es apelar a la compasión de los lectores». Dice: «Nadie puede perdonarme, es imposible que lo haga». Para Queralt, en un lugar de centrarse en el sufrimiento de la madre de los niños, su relato enfatiza en su propio aislamiento en la cárcel. «De hecho, el escritor dice que no recibe visitas y está atrapado en esa prisión manchega sin ningún hilo que le una al mundo», señala la analista.
Asimismo, el deseo de Bretón que expresa en esa entrevista de incluir una carta de arrepentimiento en el libro «es un ejemplo de cómo el lenguaje puede ser utilizado estratégicamente para proyectar una imagen de rehabilitación». A opinión de Queralt, «la inclusión de esa carta no sólo busca un impacto en la percepción pública, sino también quizá implicaciones no a nivel penitenciario porque creo que está muy complicado, pero sí en cómo va a ser percibido».
Hay otro punto, el control del relato mediante el uso de la primera persona, que en la lingüística forense siempre se analiza a menudo. A lo largo de la entrevista, Bretón mantiene un control de la historia utilizando sistemáticamente el yo para centrar la atención en su versión de los hechos. «Su relato, de hecho, no se enfoca en el dolor de los niños ni en las consecuencias de su acto, sino en su propia angustia», afirma la forense. Bretón dice: «Yo no recuerdo nada, estaba poseído, no era capaz de pensar en nada, de fijarme en nada». Para Queralt, esta construcción discursiva «es una estrategia que es habitual en las declaraciones de criminales que buscan reducir su responsabilidad». En lugar de resumir el crimen con frases directas, como «decidí matarlos», emplea un lenguaje que sugiere que la acción fue casi involuntaria, como cuando dice «solo pensaba en que todo acabara». Con esto intenta evitar «verbalizar su intencionalidad y proyectar la imagen de un individuo arrastrado por las circunstancias».
La lingüista también aprecia polifonía discursiva y la atenuación de la culpa. Bretón introduce en su relato múltiples voces que le permiten mitigar la responsabilidad. Por ejemplo, cita psicólogos o familiares, lo que refuerza la idea de que su separación fue impuesta, como cuando afirma: «El psicólogo le dijo que nuestra separación no tenía ningún arreglo, sin conocerme, sin hablar conmigo». Aquí, según la forense, da énfasis a la falta de diálogo con el psicólogo, que sugiere una injusticia que él sufrió, desviando la atención de sus propias acciones.
Además, cuando el escritor Luisgé Martín lo confronta con la idea de la venganza, Bretón primero la niega. Dice: «¿De qué iba a vengarme? Yo estaba de acuerdo con la separación». Pero luego introduce una formulación ambigua: «Si quieres llamarlo venganza, puedo reconocerlo». Para Queralt, esta estrategia minimiza la responsabilidad al hacer parecer que la interpretación del crimen depende de que quien lo escucha y no de su intención real.
Finalmente, la lingüista forense también observa una reconfiguración cognitiva del crimen. «De hecho, Bretón repite varias veces su versión de los hechos hasta convertirla en una verdad, pero subjetiva. Su discurso sugiere que ha reformulado mentalmente ese asesinato de sus hijos para hacerlo quizá más soportable para él», opina Queralt al leer: «Yo creía que estaba protegiendo a mis hijos de un futuro terrible». Esto refleja «cómo el asesino ha reconstruido su crimen en su mente, convirtiendo en un acto de protección hacia sus hijos en lugar de un castigo hacia su esposa». Esta estrategia es típica en criminales que necesitan justificar su comportamiento para poder convivir con sus propias acciones, según esta profesional. «Al afirmar de hecho que su intención era proteger a sus hijos consigue que esa narrativa suene menos cruel, más comprensible, que podamos empatizar incluso. Sin embargo, los hechos objetivos contradicen claramente esa versión».
Para la lingüista forense Sheila Queralt, el discurso de José Bretón es una construcción «cuidadosamente diseñada en su mente para reducir esa responsabilidad, modificar la percepción del crimen y, en cierto modo, generar empatía. El lenguaje no refleja una visión de los hechos, sino que los manipula y los reescribe, convirtiendo ese acto brutal en una historia de desesperación, impaciencia, que lo dice repetidas veces, y una supuesta protección». Lo que Bretón pretende en definitiva es «proyectar una imagen menos monstruosa de sí mismo, aunque su relato está lleno de contradicciones, de atenuaciones, de desplazamientos de culpa, lo que revela que hay una construcción narrativa más que una verdadera confesión».
Foto: José Bretón, en el juicio que lo condenó a 25 años de cárcel. (EFE/Salas)
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